Con 84 años, el legendario entrenador que encabezó un ciclo brillante habla de todo: profesionalismo, el rol de los clubes y lo que le generó el Mundial 2023 con varios de sus partidos
La Nación
13 de diciembre de 202300:08
Alos 84 sigue yendo todos los días a trabajar a su escribanía en pleno centro porteño. “Estoy jubilado, pero en este país no te queda otra opción”, dice mitad en broma, mitad en serio. La edad no le resta un pellizco de vitalidad y, mucho menos, de lucidez. Emilio Perasso, el Gringo Perasso, corre fojas y expedientes del escritorio para mostrar, no sin orgullo, cuadros, fotos y recortes que trajo para la entrevista. “Ésta es de cuando fuimos campeones en el 73 con el SIC; ésta, de cuando Buenos Aires le ganó a Francia en el 96; acá estoy con Veco Villegas en el 83 u 84″. Aunque ya no está involucrado directamente con lo que pasa adentro de la cancha, Perasso sigue tan cerca del rugby como siempre y conserva la agudeza de cuando era un metódico y revolucionario entrenador.
Cuando colgó los botines y asumió como entrenador en el SIC en 1970 introdujo novedosas técnicas de entrenamiento que fueron fundantes en la construcción de un equipo que ganó 13 títulos en 19 años. Un legado que se mantiene hasta hoy y se refleja en la reciente doble conquista de los Zanjeros: Top 12 de la URBA y Nacional de Clubes, además de festejar en las divisiones de Intermedia, Preintermedia A, M19 y M15.
“Cuando cumplí 80 dejé de tener cargos, pero vivo el SIC plenamente. Los jugadores ya son más jóvenes, pero he colaborado con todos los entrenadores. De los últimos 10 presidentes, creo que entrené a todos”, cuenta desde el otro lado del escritorio. “Llevo toda una vida en el club. Jugué yo, jugaron mis hijos, jugaron mis nietos. Este año el SIC tuvo una fantástica temporada, basado en lo que es un enorme entusiasmo de todos los jugadores, especialmente los más jóvenes. Siempre decimos: festejemos, pero el año que viene empezamos de cero de nuevo”.
El Gringo Perasso es una figura central en el rugby argentino. Comenzó jugando en Pucará a los 16 años, pero en 1964 pasó al SIC. Allí jugó cinco años en el plantel superior y cuando se retiró asumió las funciones de entrenador. Dirigió también durante muchos años al seleccionado de Buenos Aires y fue entrenador de los Pumas durante los mandatos de Carlos “Veco” Villegas y Alejandro Petra. Además, fue presidente de la UAR durante el período 2005/06.
Lejos de detenerse en el pasado, la charla recorre desde el gran momento del SIC, lo que dejó Francia 2023, el espíritu de los Pumas hasta los problemas que entraña en profesionalismo y la decadencia del scrum argentino.
“Todo lo que hice lo disfruté. Mirando para adelante creo que lo más importante es lo que voy a hacer la semana que viene”, confiesa. “Indudablemente, yo dediqué la mayor parte del tiempo a ser entrenador. Entrené como 30 años. Aunque no hay nada como jugarlo, porque el juego viene de ahí”.
–¿Cómo definiría la idiosincrasia del SIC?
–El club es un club de deportistas. Lo fundaron 400 jugadores que se fueron del CASI dejando todas las comodidades para armar un nuevo club de acuerdo con su idiosincrasia. Los entrenadores eran ex jugadores, los dirigentes eran ex jugadores. Siempre está vigente el legado de los fundadores.
–Quienes fueron entrenados por usted apuntan que fue revolucionario para esa época. Que era muy metódico y tenía estipulado qué hacer en cada entrenamiento, todo perfectamente estructurado, con trabajos específicos por puestos. Cosas que no se hacían en ese momento…
–No fue una idea mía. Es lo que fui aprendiendo a través de los años con los grandes maestros que tuve. En el SIC tuve grandes entrenadores que fueron unos verdaderos caballeros, como Hernán Meyrelles, César Silveyra padre, Lucas Glastra y Francisco Ocampo, que fue quien produjo una revolución dentro del SIC, en la Argentina y en muchos aspectos en el mundo. Tuve la suerte que mi mujer me bancara toda esta locura y de estar rodeado por hombres de rugby como Juanjo Barceló, Veco Villegas, el Negro Iglesias, colaboré con Alejandro Petra, el Gordo Nicola. Si te interesa el juego, en todos lados siempre hay algo para aprender.
–A todo eso, uno le agrega su propia impronta…
–Borges decía que uno escribe lo que se olvidó que leyó en otro lado. Esto es más o menos parecido. Uno va sopesando todo y desarrollando pensamientos laterales aprovechando toda la experiencia. Conocí todos los países del mundo del rugby, jugando con el SIC, con el seleccionado, yendo de gira, como entrenador, como manager. He conocido a grandes entrenadores como Graham Henry, Jake White, Steve Hansen… de cualquier lado podés sacar enseñanzas. Me acuerdo de haber ido a colaborar con clubes muy pobres y de todos lados sacás una enseñanza. El rugby tiene una identidad propia. Vos podés juntar los mejores jugadores del mundo, pero si no tienen una identidad, una filosofía, un entendimiento, no van a ser un equipo.
Hasta hace poco tiempo todos jugaban igual. Pero si vos agarrás los cuatro semifinalistas del último Mundial, todos apelaron a sus principios. Sudáfrica con su principio de primero someter y luego penetrar. Nueva Zelanda, concentración y confianza. Inglaterra, ser un equipo disciplinado, controlado absolutamente para poner en marcha sus principios de posesión, posición, presión, puntos. Y Argentina conservó ese compromiso que tiene cada jugador cuando le toca defender la camiseta y lo puso de manifiesto al 100%. Francia también ha recuperado su identidad. Irlanda cambió mucho, avanzó muchísimo en desarrollar un juego completo.
–¿Disfrutó el Mundial?
–Fue el Mundial que tuvo los partidos más intensos que vi en mi vida. Puede haber habido otros Mundiales con partidos mejores, pero en términos de intensidad fue tremendo. Hoy el rugby más que nunca es energía: física, mental y anímica. Y el que está en el momento, puede prevalecer.
–En Argentina van 15 años de convivencia entre amateurismo y profesionalismo. ¿Cómo observa esta situación?
–El profesionalismo existe. Lo que tenemos que ver es cómo manejamos el profesionalismo, que es una parte ínfima, y cómo manejamos el rugby amateur. Los dos deben confluir en una misma filosofía y manera de encarar el juego. Hoy Argentina no tiene prácticamente jugadores contratados. Los jugadores argentinos son dignos de respeto, porque vienen a jugar por los Pumas por orgullo, dejando de lado sus intereses. Históricamente fue así.
En 2001, cuando vino la pesificación, teníamos un acuerdo con los jugadores que tenían viáticos, fui personalmente a explicarles que había habido una hecatombe y no podíamos respetar el acuerdo. Me acuerdo la reacción de los líderes como Lisandro Arbizu y Agustín Pichot que no hicieron ningún problema. Lo tomaron como un desafío y crearon el Fondo Puma para compensar a los jugadores que estaban acá. Por suerte eso sigue ocurriendo.
Por otro lado tenemos la enorme riqueza del rugby amateur. Tenemos 80, 100 mil jugadores que juegan todos los fines de semana, con sus entrenadores, colaboradores, réferis, de Salta a Tierra del Fuego. En la Patagonia viajan 400km de ida y 400 de vuelta para jugar un partido. Es un milagro. Hace poco vino un periodista de L’Equipe, lo llevé al SIC y me dijo que en Francia no existe nada así. Hablé con el jefe de los referís en Nueva Zelanda y me contó que los clubes se están achicando. Tenemos que concentrarnos en seguir trabajando mucho en esto porque en definitiva en los clubes es de donde surgen los jugadores que después nos van a representar en los Pumas. Lo que pienso respecto al seleccionado nacional, además de ser un equipo competitivo, es que debe ser la muestra de lo que nosotros queremos para el rugby. Es nuestra vidriera.
–¿Cómo entran en esta ecuación las franquicias profesionales de Pampas y los Dogos XV?
–El Super Rugby Americas puede promover el desarrollo de los jugadores y ayuda al crecimiento de los países de la región. Argentina es la nave insignia del continente y cuanto más crezcan sus vecinos, mejor. Del otro lado, crea equipos sin identidad. Las franquicias son equipos sin identidad. Estuve en Gales hace ocho años. Ellos tenían ocho equipos que eran de los más fuertes del mundo, les ganaban a los All Blacks. Ahora tienen cuatro franquicias, no tienen la misma identidad. El equipo es el concepto clave filosófico del juego del rugby. Cuando el wing izquierdo marca un try tenemos que aplaudir al pilar derecho que empujó en el scrum. Al querer individualizar un poco todo con premios al mejor jugador del partido va en contra del espíritu del juego.
–Hablando de identidad y repasando las fotos, hay muchas con el seleccionado de Buenos Aires. ¿Qué siente que haya desaparecido el Campeonato Argentino de Uniones?
–La Argentina necesita una competencia interna que tenga equipos participantes con identidad y que involucre a los mejores 250 o 300 jugadores del país. Incluso con la participación de equipos vecinos como Uruguay y Chile. Puede ser de provincias, puede ser de clubes. Tenemos que pensarlo para aprovechar esa enorme ebullición. Los partidos en Tucumán eran una caldera. Buenos Aires juntaba 10.000 personas. Ahí tenemos una identidad que no estamos aprovechando.
–Al mismo tiempo, hay un torneo de la URBA que es larguísimo…
–Las uniones fueron creadas para organizar la competencia, pero la competencia es muy compleja. Si querés organizar todo, no hay espacio. Lo que hay que discutir es cómo organizamos la competencia y llegar a la menos mala. Satisfacer a todos es imposible, porque el año tiene un determinado número de semanas. Creo que se puede avanzar. El torneo de la URBA es largo y pesado. Descienden dos, casi el 20% de los equipos. El 50% están involucrados en esa pelea. Hay que buscar la forma de restarle dramatismo. Otro problema es la poca flexibilidad para aceptar los fallos de los referís. Tenemos que actuar en conjunto para solucionar todos los problemas. Estamos ante un problema, y lo que hay que hacer es enfrentarlos. Tenemos que crear un mejor ambiente, eso es determinante. Tenemos que hacer el mejor esfuerzo para que lo que no pierda es el juego.
–Uno de los aspectos del juego en que la Argentina siempre fue líder y ahora retrocedió mucho es el scrum. Y el SIC siempre fue un poco el motor del scrum argentino. ¿Qué pasó?
–A través de Ocampo se desarrolló una técnica que influyó en todo el rugby argentino y lo hizo respetado en todo el mundo. Indudablemente nos hemos descuidado. Nadie puede estar en contra de desarrollar un mejor juego ni de buscar un avance, pero siempre tenemos que tener presente que el rugby es un juego de suma. Para sumar lo que no tenemos que hacer es restar. En términos de scrum hemos restado durante algunos años y hemos perdido uno de los puntos fuertes que teníamos. En el camino hacia un rugby completo no podemos perder nada. En eso tenemos que estar todos de acuerdo. Es una realidad. Hemos descuidado una fortaleza que teníamos y sigue influyendo en cualquier partido de rugby.
–¿Tiene que ver con una cuestión de formación de los clubes o con una política del seleccionado?
–Hemos descuidado el scrum. No quiero responsabilizar a nadie, pero tenemos que aceptar la realidad. Meternos en el problema y solucionarlo.